Rubén y Susana, un matrimonio procedente de Argentina, también ansiaban una vida tranquila lejos del bullicio de la ciudad, pero a diferencia de Ángeles y Lola, que están solteras, tienen un hijo, así que tuvieron que esperar a que éste terminara de estudiar para poder cumplir con su sueño, emigrar al campo y abandonar Zaragoza, la ciudad a la que llegaron en el año 2001 mientras huían de la crisis argentina. Lo consiguieron hace cinco años. Desde entonces regentan «El bosque de Chocolate», en Camarena de la Sierra, un negocio en el que sirven chocolate tradicional, helados caseros y pan. «Nuestros mejores clientes son los veraneantes. En invierno el pueblo se queda prácticamente desierto, así que estos meses trabajamos con mayor ahínco», cuentan.
Rubén estima que, aunque nunca han realizado un estudio cuantitativo, en los mesdes de julio y agosto la población del municipio se llega a multiplicar por cinco, aún así no llegan a los quinientos habitantes, pero aseguran no aburrirse. «Nos gusta la vida lenta y silenciosa, y hemos encontrado el lugar y el sitio perfecto», comentan con satisfacción.
Para buena parte de los habitantes de los pueblos de la provincia de Teruel, sobre todo para aquellos que regentan negocios familiares dedicados al comercio o a la hostelería, «el maná económico» llega una vez al año y está relacionado con el regreso de muchas familias a sus localidades de origen para pasar las vacaciones.
Hasta hace tres años, Ángeles y Lola, dos hermanas de Valencia, formaban parte de esa «gran masa de turistas» que vuelven a la casa de sus padres o abuelos para pasar el periodo estival.
En 2008, se hicieron cargo del horno de Arcos de las Salinas y hoy son ellas las que esperan a los veraneantes para sacar provecho de la estación más fructífera del año. «Entendimos que la crisis era sistémica y decidimos abandonar nuestros puestos de trabajo en busca de una mejor calidad de vida, yo como directora de una empresa de Valencia y mi hermana como miembro de un equipo de investigación de la Universidad de Sevilla».
Trabajo artesanal
La aldea sus abuelos, Las Dueñas, donde solían veranear, está situada a cinco kilómetros de Arcos de las Salinas. A través de unos amigos, se enteraron de que el hornero estaba a punto de jubilarse y que, por consiguiente, el horno moruno del pueblo, una bóveda de piedra que cuenta con dos siglos de antigüedad, estaba a punto de cerrar sus puertas. «No sabíamos ni cómo empezar porque no teníamos ni idea de hacer pan, pero las señoras de «La Almesa», otra aldea cercana», nos enseñaron como hacerlo», recuerda Ángeles.
Hasta enero de este año, cuando han comenzado a comprar el sustento diario a un repartidor que se desplaza por los pueblos de la zona, las vecinas de «La Almesa», se reunían una vez a la semana para amasar y cocer con sus propias manos. Ellas fueron quienes trasmitieron sus conocimientos a las dos hermanas de Valencia. «Queríamos hacer piezas de forma tradicional, recuperar aquellos que se han ido perdiendo con el tiempo, entre ellos, el mollete, un pan redondo en forma de flor e introducir otros nuevos», señalan.
Si hay algo que ha cambiado en su vida durante todo este tiempo ha sido la forma de organizar el tiempo y los recursos con los que cuentan. Todos los días se levantan a las cuatro de la mañana, y a diferencia de lo que hacían anteriormente, sólo trabajan cuatro días a la semana, lo que, según ellas, ha incidido de forma notable en su calidad de vida.
Sin embargo, a pesar de que cuentan con más </MC>jornadas de asueto, sus horas de trabajo son intensas. Todavía de madrugada, calientan el horno de leña durante tres horas. Luego, después de haber amasado el pan, limpian las cenizas que han quedado y cuecen la masa con el calor que conserva la bóveda de piedra. Por la mañana, atienden a los clientes.
Toda una rutina a la que han tenido que acostumbrarse, pero con la que se sienten satisfechas. «No cambiaríamos nuestra vida por nada. Hemos cambiado el estrés por la tranquilidad», asienten.
Alternativas de negocio
Antonio Agraz, natural de Barcelona, también vio cómo su vida daba un giro de 180 grados cuando en el año 2008 estuvo a punto de perder su empleo en la construcción y junto a su familia tuvo que cambiar la bulliciosa vida de Barcelona por la de Miravete de la Sierra. «Tenía que buscar una alternativa», esgrime.
Gracias a su iniciativa y a la de su mujer, hoy Miravete de la Sierra cuenta con tres negocios nuevos, la tienda multiservicio, una casa rural, a la que han llamado «La Casa de la Maestra», y un hostal, «La Casa del Cura». «Obtenemos el dinero justo para vivir, pero aquí la vida es más barata», apunta.
Agraz asegura que sus hijas, de diez y dieciséis años son las que mejor se han adaptado sin problemas a la vida del pueblo. «La mayor estudia en Teruel, así que pasa la semana escon chicos de su edad. Los fines de semana son un poco más duros para ella porque echa de menos compartir el tiempo libre con otros adolescentes», destaca.
A pesar de que han logrado acomodarse en Miravete de la Sierra sin problemas, si hay algo que les hace especialmente duro es el invierno. «Apenas hay gente y hace mucho frío», matizan.
Al igual que Ángeles y Lola, o Rubén y Susana, los Agraz han tenido que acostumbrarse a un ritmo de vida distinto y, según dicen, «a un reloj que correo más despacio».
Fuente: ABC